Total, que empezamos a andar siguiendo la carretera. Tiempo teníamos y en caso de que la cosa se pusiera muy mal, la bajada tampoco tenía pérdida.
Así, fuimos caminando a buen ritmo contra la ventisca para entrar en calor. Y la verdad es que entramos en calor. Bueno, menos un pequeño apéndice de mi cuerpo que empezaba a dolerme del frío. No, no era un dedo. No, tampoco era la nariz. Era el cirulo. Sí amigos qué dolor en la punta del pijo. Hasta llegué a plantearme darme la vuelta en ese instante. Vale que uno pueda perder una falange del dedo meñique izquierdo para conseguir la Norte del K-2 en solitario, pero perder unos centímeros de pene por un paseo a ninguna parte... ¡ni harto a petit suisses!
Bueno, tras practicarme un suave y casto masaje, la cosa fue a mejor y llegamos hasta el refugio de La Collada. Emblemático lugar de la zona famoso por sus alubias blancas y su chuletón de potro, entre otros manjares.
No tardamos en llegar al lugar en el que un desprendimiento cortó la carretera hace... hace... hace mucho tiempo. Y así seguirá hasta que la autoridad competente decida arreglarlo.
En unos tres cuartos de hora desde La Collada llegamos a ese sin par monumento a la incompetencia, la idocia y la mediocridad de nuestros políticos que es el refugio de El Golobar. A un iluminado se le ocurrió hacer aquí una estación de esquí y se hizo un bonito proyecto. Comenzó a levantarse el chalet para cafetería y demás servicios y poco después se dieron cuenta de que en esta zona, orientada hacia el Sur, efectivamente cae nieve, pero se va en dos días. Total, que la obra se dejó a medias y se dejó ir a la ruina sin buscarle otra utilidad. Eso sí, previamente alguien ya se había embolsado su dinero por el proyecto, las obras y demás telares. Como diría Forges: "¡País!"
Al poco abrigo del edificio, comimos algo y nos animamos para seguir en dirección al Valdecebollas. Conozco bien el sitio y a pesar de la niebla no había pérdida, así que salimos diciéndonos aquello de: "Bueno, hasta donde lleguemos".
Acabábamos de tomar esta decisión cuando de entre la ventisca aparecieron cuatro tipos, los de la solitaria furgoneta que habían en el aparcamiento de La Collada, que nos dijeron hola y tiraron para abajo con ganas. Nos fuimos detrás intentando no perderlos de vista aunque a veces desaparecían en cuestión de segundos.
La bajada fue rápida y sin contratiempos. Saludamos a Mario, el de La Collada, decidimos dejar la alubiada para otro día, pero al llegar a Aguilar de Campoo nos pasamos por el Cortés donde nos metimos unos huevos fritos como Dios manda entre pecho y espalda, que bien merecidos los teníamos. Y a falta de una foto de la cima, aquí va una foto de la isotónica pitanza.

1 comentario:
Sabia decisión.
Esa bajada la hemos hecho mi "santa" y yo con una niebla que no veíamos a un metro. Impresionante.
La próxima vez teneis donde repostar en nuestra casa de Olleros, donde todos son bien recibidos. (sobre todo los bloguers palentinos)
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