martes, 31 de marzo de 2009

Tocados pero no hundidos, o Risco Negro 2.285 m

Como ya dije, el bello y agradable arte de deslizarse con unas tablas por laderas nevadas de moderada inclinación, nos había dejado sendos esguinces de ligamento en la rodilla a Borja y a mí. Las barras de los bares, no obstante, nos aceptaban fuera cual fuera nuestro estado. Por eso, hace quince días, cuando el hundimiento parecía inevitable, recurrimos a nuestro espíritu nisio para reunirnos como tantas veces y comprometernos con el despertador para recorrer esas montañas de dios. Aún no me fiaba demasiado de mi maltrecha rodilla y por ello la tarde del sábado nos dirigimos a la localidad zamorana de las Enillas, así mientras la muchachada trepaba un poco yo podría caminar y comprobar mis niveles de cojera.



Nos perdimos, y ya estaba avanzada la tarde cuando la gente se ponía los gatos. Gaspar parece preguntarse si estaría en condiciones de adherirse a la pared después de haber recibido la noche anterior una potente descarga de decibelios servida en el poderoso concierto de Lex Makoto.



Demostró gracilidad y temple.



La luz de tarde daba un curioso color a las peñas.



Parece que el muchacho se va poniendo en forma.



A mi me costaba flexionar la rodilla entre los peñascos, pero Cris mostraba flexibilidad mientras subía con garbo.



La jornada terminó en Ledesma, cenamos en la Fernandica y adquirí la energía que necesitaba para afrontar la jornada montañera del día siguiente. Creo que la siguiente imagen aclarará cualquier duda. Su famosa tabla, bueno mesa, de quesos.



Al día siguiente nos dirigimos al circo de Gredos. Como tantos otros domingos vimos que bastante gente había tenido la misma idea. La mayoría de la gente había sido más madrugadora, nosotros salíamos del aparcamiento a las 11 y pico.



Yo tomaba la eterna imagen con los Barrerones al fondo.



Esperábamos más nieve y sobretodo más hielo, pero las altas temperaturas habían dejado este paisaje. Al fondo, la Mira.



Nuestro objetivo era sencillo, subir al Cabeza Nevada si mi rodilla quería. Al fondo, asomaba.



Pero al final, nos quedamos con el Risco Negro, en la foto justo sobre nuestras cabezas.



El circo se mostraba espectacular. En la huella hacía el refugio se distinguían no sin dificultad varios caminantes.



El calor era muy fuerte, sobretodo teniendo en cuenta que nos encontrábamos a mediados de marzo.



El cerro de los Huertos al fondo, nuestra interesante charleta nos obligaba a parar demasiado y a la derecha el Risco Negro.



El Almanzor aparecía. También nos fijábamos en la canal que sube al cerro de los Huertos. Si no me equivoco es la Canal de la Pluma.



El Casquerazo, los Hermanitos…el Circo sin nubes.



Para pasarnos a la otra vertiente, tuvimos que cruzar puentes de nieve, que con el calor no transmitían buenas vibraciones.



Al mirar atrás, observé unos corredores que parecen subir hacia el Morezón, pueden ser una buena opción para otro día y así continuar con nuestra costumbre de subir a ese pico.



Unos valientes esquiadores bajan las abruptas pendientes sobre la canal de la mina. Me admira su control. En la foto son pequeños puntos que dibujan trazos en la nieve.



El sol aprieta, nuestra marcha es lenta.



No nos hundimos demasiado en la nieve.



Para transmitir mejor las sensaciones, diré nuevamente...¡Qué calor!



Gaspar muestra su perfil y la imagen muestra como la nieve va desapareciendo ante la fuerza del sol. Sol que por otro lado también llena nuestras terrazas haciendo más costosas las salidas al monte.



En seguida alcanzamos un colladín bajo el Risco Negro, creo que se llama collado del Gargantón, desde allí podemos observar que las laderas del Cabeza Nevada están completamente peladas. Con el calor, la pereza empieza a conquistar nuestros cuerpos.



Comemos algo y decidimos cambiar la cumbre del Cabeza Nevada por el Risco Negro, básicamente porque se encontraba sobre nuestras cabezas y la excusa de la falta de nieve nos parece consistente. A Gaspar le da exactamente igual, de hecho ya se había quedado dormido cuando yo animaba a la muchachada para tirar para arriba. No interrumpimos su sueño y tiramos el resto para arriba.



En las zonas sombrías la nieve estaba bastante dura, nos ponemos los crampones y continuamos.



Los últimos metros hasta la cima se ponen realmente píndios, nos obligan a utilizar las manos.



El patio es importante, con cuidado se hace fácil, Jorge se sienta sobre una cima poco cómoda.



Desde allí fotografía el Cabeza Nevada bastante seco.



No hay pañuelo del Bar Llamas, por tanto la foto va directamente hacía el Risco Moreno y la Galana, por esa zona no he subido nunca y procedo a ponerle una X.



Bajamos contando batallitas y observando como Gaspar duerme aún plácidamente.



Desde aquí la Canal de la Mina se presenta como un profundo tajo.



Las sombras del atardecer comienzan a dominar el circo.



Es un buen momento para sacar fotos.



Volvemos a cruzar el río caminando con tranquilidad, mi rodilla me respeta.



Las canales que llevan al Moretón muestran un hielo bastante precario, pero sirven bien para el contraluz.



La laguna grande y el circo una vez más.



Afrontamos la subida a los Barrerones con la tarde tocando a su fin.



Con la tranquilidad que nos caracteriza paramos cada poco a sacarnos fotos, no son necesarias ya que estos días no se nos olvidan.



Nos gusta llegar al coche al anochecer, sobretodo cuando el camino está tan marcado. Los últimos metros me recordaron que todavía no estoy recuperado del todo, pero ha sido un fin de semana completo.

miércoles, 25 de marzo de 2009

El Guijo sin cuerda.

De Austria me traje dos cosas bien distintas, la reveladora idea de que el esquí de travesía es el futuro y, según un amable y sonriente traumatólogo, un esguince de ligamento en la rodilla. Gracias a que desde la tierna infancia me he encargado de explorar mi propio cuerpo ya sospechaba yo que aquel dolor constante no era normal. Borja se encontraba en una situación similar debido a una aplicada tarde en San Isidro. Esquí 2 – South Face 0. Tiempo al tiempo, nos gustan las remontadas. Las nieves cubrían nuestras montañas, por eso cuando Cristina dijo que fuéramos a trepar al Guijo, pensé que me ayudaría llevar mejor el mono. Gaspar era el encargado de la cuerda, no la consiguió. Yo olvidé el resto del material. La noche anterior había dejado secuelas…Aún así fue un entretenido paseo a la pata coja. Aproveche para sacar alguna foto. Aquí Cristina con la sierra de Bejar al fondo.



La sierra estaba provista de un consistente manto.



Gaspar trepo hasta un elegante trono.



Sin cuerda, no nos quedaba otra que buscar la zona de bulder, con las ganas de Cristina, cualquier muro era bueno.



Levantar la pierna me molestaba bastante, así me dedique al paisaje. Aquí Santibáñez de Bejar.



La tarde de domingo paso tranquilamente, era un buen lugar para sestear y reposar la pierna…

miércoles, 11 de marzo de 2009

Del cielo de Pakistán...Spantik (7.027m) Parte IV

Ruido, cacharros, gente cantando, ha comenzado un nuevo día, los porteadores tienen ganas de salir, hoy llegaremos al campo base y termina su labor hasta que vuelvan a buscarnos. Huele a humo, no me cuesta desperezarme, quiero continuar el camino. Tengo hambre, buena señal, la altura no me está afectando. Salgo de la tienda algunos empiezan su ruta, los veo, alegres.



El cielo extraño no transmite confianza. Mejor que haga malo abajo, bueno puestos a pedir que sea los días de descanso en el campo base. No se cumplirá.



Aún así, las imágenes son de las que no se olvidan.



Cumplí junto con Jonás el propósito de llegar hasta el campo base con el traje local. La foto lo demuestra. No cabe duda, somos grandes y una vez más demostramos que la montaña no va reñida con la moda, nos encargábamos de llevar glamour al monte.



Cruzar aquella región nos llevaría todo el día, pero rodeados del espectáculo que nos ofrecían aquellas montañas de más de 7.000 metros, no nos importó lo más mínimo.



El agua limpiaba de arena y piedras el hielo creando valles y cañones en miniatura, ahora nos acompañaba también el ruido de las torrenteras.



Al fondo se encontraba el campo base. Aún no sabíamos dónde. La atmósfera de aquel momento me hace recordarlo ahora como si me encontrara entonces afectado por una maravillosa ensoñación. Pero ya a toro pasado os puedo decir que si os fijáis en el evidente estrato vertical de color claro que se encuentra en el centro de la foto, bajando hacía la izquierda y casi tocando con el glaciar se encontraba el campo base y siguiendo la arista hasta lo más alto, el campo I.



Veo unas tiendas amarillas a lo lejos, quizá…Las laderas probablemente del Malubiting, un montañón de 7453 metros, son testigo de nuestras pequeñas asambleas de reconocimiento.



A través de formidables grietas el enorme glaciar del Chogolungma nos muestra sus entrañas.



Son grandes, sin nieve que las cubra no muestran peligro, se esquivan pero van convirtiendo nuestra marcha en un laberíntico recorrido.



Bajo la famosa consigna “no caerse”, sorteamos algunos pasos más delicados.



Hay que ir con tiento, el glaciar roto en este punto, nos hace brincar, volver sobre nuestros pasos en busca del trazado bueno, da emoción a la jornada y nos permite disfrutar fotografiando.




El campo base aparece ante nuestros ojos más o menos en el mismo instante que la pregunta ¿cómo subimos hasta allí?



A la derecha de la foto anterior, un vertiginoso y minúsculo sendero trepa (que bien traída la palabra) por terreno descompuesto hasta nuestro destino. Jadeamos, sudamos, nos preguntamos porqué han subido el campamento allí arriba y fotografiamos a los porteadores, diminutos desde las alturas…



Jonás sube alegre y feliz, se le ve.



Yo en cambio, pensativo, analizo la tendencia que tienen las subidas pindias a estar al final de la jornada.



Lo hemos conseguido, nuestro hogar en las próximas semanas a 4.300 metros. Un lugar privilegiado en el corazón de las montañas de Haramosh.



En el campo base, descansamos, nos acostumbramos a la altura, charlamos, leemos, echamos de menos a nuestra gente y dormimos hasta que un día nos lanzamos al campo I. Primer porteo y pasar la tarde a una altura considerable, más de 5.000 metros.



Amanece un día claro y hay ganas…allá voy…



Os presento a Lola, subiendo es fácil de reconocer, sube como un moto.



La subida transcurre por una arista, la altura unida a las vistas sobre el glaciar Chogolungma nos deja atontados. Abajo, el campo base.



El ruido de los jadeos se mezclaba con el de las cámaras fotográficas. Permitidme esta libertad poética, todos sabemos que ahora las cámaras nos suenan nada, otro sonido que quedará en el olvido, como el de las máquinas de escribir…Tremendo el Malubiting.



Caramba ¡qué luces!



Aunque reviente la cámara, yo te saco ésta Jonás…



La elegancia de Xavier y la del Malubiting se aúnan en esta foto.



Jonás aparece con el Haramosh peak (eso me dijeron...) al fondo.



Casi sin darnos cuenta hemos llegado al campo I. No hace frío y estamos a más de 5.000 metros, eligiendo un lugar cómodo. No sentamos, comemos algo, estamos bien las risas lo demuestran. Nuestras miradas buscan rutas de ascensión al Malubiting, no cabe duda, se defiende bien…



Sus vertiginosas aristas y paredes de hielo acobardan a cualquiera por si solas, aún así nos muestra más habilidades, un alud barre una de sus brutales caras. El Karakorum está vivo.



Desde nuestra formidable atalaya el campo base se ha convertido en un minúsculo conjunto de colores ochocientos metros más abajo.



Hemos tenido suerte, el glaciar ha formado un pequeño charco de agua, podremos abastecernos mientras no se congele. Además, no hemos tenido que poner las tiendas sobre la nieve, no tendremos el suelo de la tienda tan frío. Estamos entre el abismo y el glaciar, digno balcón.



Las lenguas de hielo nos rodean, los lagos sobre ellas parecen heridas causadas por un clima que se está volviendo loco.



Así de bonito quedó nuestro apartamento. Al final descartamos construir la pista de tenis, no cumplía las medidas reglamentarias y no teníamos claro el puesto de recoge pelotas.



Una vez montado el campamento, nuestra labor del día ha concluido, volvemos al campo base. Nos sentimos bien, evidente con estas vistas.



Pues eso, sobran las palabras.



El camino por la arista es sencillo, a no ser que te lo compliques y era fácil hacerlo, lo hacíamos constantemente. Había un par de puntos que se convertían en trampas para nosotros. Nada grave, nos obligaba a utilizar las manos en algunos pasos con roca suelta y por supuesto nos llevaba a maldecir incluso…



La niebla nos empezó a envolver, lenta y silenciosamente.



Entre la bruma, como Brigadoon, aparece nuestro campo base para darnos cobijo después de una jornada alucinante.