Esperando que la nieve cubra nuestros montes, calmaré mis ansias relatando pequeñas aventuras sucedidas hace unos meses. Curiosas circunstancias y acontecimientos que no viene al caso relatar, hicieron que me encontrara en un pequeño pueblo a unos pocos kilómetros del parque Nacional de Doñana. No podía dejar pasar la oportunidad de visitarlo, y no lo hice. Convenientemente informado y con un par de rutas impresas, me presenté en el centro de recepción El Acebuche, había hecho la reserva para visitar en un vehículo todo terreno todos y cada uno de los ecosistemas del parque en un trayecto de unas 4 horas. Mientras esperaba el momento de la salida me relajé tomando una caña primero y viendo, gracias a la tecnología y a unas pantallas planas, el perezoso deambular de los linces del parque en una calurosa tarde de fin de verano. Minutos después ya me encontraba escuchando a nuestro conductor-guía, que además de hacernos bastante entretenido el viaje, no paraba de aportarnos información. En unos instantes estábamos rodeados de dunas y escuchando como éstas en su movimiento llegaban a cubrir los bosques de pinos impidiéndoles vivir y cómo éstos tras su paso, volvían a poblar el terreno.
De vez en cuando nos bajábamos del vehículo, momento que aprovechábamos algunos para alejarnos un poco del bullicio que provocaba tanto coche junto, otros para tomar el sol en la dunas y los menos respetuosos, para dar voces. Los juncos nos muestran que a pocos metros de profundidad hay agua dulce, lo que permite esta cíclica lucha entre el bosque y la arena.
Con el mar al fondo, el paisaje es espectacular. Aprovecho para fotografiar uno de los todoterreno.
La luz y el calor del sol en la arena, me hacían imaginar una jornada de algún rally africano.
Una de las imágenes más bonitas del recorrido nos la dieron unos ciervos que caminaban tranquilamente entre las dunas. Aprovechan este terreno para aportar sales a su organismo.
De pronto, la arena termina y el paisaje cambia totalmente, hemos entrado en la Vera. Y pocos minutos después, una pareja de águilas imperiales que pasaban la tarde posadas en un árbol próximo alzaron el vuelo a nuestro paso. Pese a que es de todos sabido que el tamaño no importa, no saqué mi pequeña cámara automática al ver que a mí alrededor surgían artilugios con enormes objetivos. Se lucieron en unos vuelos rasantes. Aquí ciervos, gamos, jabalíes, vacas y yeguas campan a sus anchas. Aquí un gamo…
Al ser final de verano, la marisma se encuentra seca, mostrando un paisaje arcilloso por el que podemos circular y tener una perspectiva única de la Vera y los Cotos. Me hace pensar que tendré que volver cuando se encuentre llena de agua y aves diversas. El recorrido continúa, una parada nos muestra las viviendas tradicionales de la zona. Paseo entre ellas con la sensación de encontrarme en un parque temático.
Para terminar, el regreso lo hacemos por los 30 kilómetros de playa virgen, que separa Sanlúcar de Barrameda y Matalascañas. Decir que nuestro enorme todo terreno pinchó, dándole un toque aventurero al día. Acostumbrado a recorre a pie los entornos naturales, he de decir que la experiencia motorizada no terminó de llenarme. Aún quedaban un par de horas de luz, decidí hacer una de las rutas impresas que me había traído, la laguna del Jaral y los acantilados del Asperillo. Para ello, regresé a Matalascañas y paré en el kilómetro 46 de la carretera dirección Mazagón y Huelva. Un letrero nos indica el comienzo.
Marcaba un tiempo de 3 horas, me quedaban algo menos de 2 horas de luz…tenía que ir rápido, aunque siempre me podía dar la vuelta. El camino estaba rodeado de pinos.
El sendero perfectamente indicado mediante postes, transcurre por un complejo de dunas. Caminar por la arena seca, era costoso. (La foto tiene poca luz, la tomé ya de vuelta)
En cuanto tomas altura, sorprende la cantidad de vegetación, formada sobretodo por pinos de repoblación.
Es evidente que nos encontramos sobre dunas cubiertas de pinos y sabinas.
La arena delata a los animales que me rodean. Huellas de todo tipo indican que me encuentro en una zona bastante poblada. Al fondo distingo una duna móvil que aún se mantiene activa justo al borde del mar. Me hubiera gustado tener más tiempo para acercarme a ella.
Camino en soledad, el ocaso está cerca.
El camino se bifurca, tomo la decisión de seguir hacia los acantilados. Formados por dunas fósiles, llegan a tener hasta 100 metros, siendo los más altos de Europa de este tipo. Qué bien viene me ha venido Internet para hacerme el listo.
Una grieta equipada con cuerdas te ayuda a bajar a la playa.
Calculo que no me llevará mucho tiempo volver al coche desde allí y decido disfrutar de la puesta de sol con la tranquilidad que me caracteriza. Un momento realmente espectacular.
Al final, contra todo pronóstico llego con algo de luz hasta el coche. Poco más de hora y media de pateo disfrutando de cada instante, una pena, no es un camino para ir con prisas…
viernes, 18 de noviembre de 2011
Doñana, Laguna del Jaral y Médano del Asperillo, ascendiendo dunas.
Publicado por Mr Churches en 1:19
Etiquetas: Monte y playa, Senderismo
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3 comentarios:
Perfecta manera de reactivar un poco el blog, compañero, que últimamente lo teníamos agonizando...
Un sitio precioso,este Octubre pasamos por allí pero por falta de tiempo no pudimos hacer la ruta que tan bien describes.
Ahora gracias a tu relato,al menos nos podemos hacer una idea de lo que nos perdimos.
Ánimo con el blogg que teneis seguidores que os echan de menos¡¡
Un saludo.
Estimado Sr. Churches:
Doñana es muy bonito.. pero qué paso de su elaborado plan de ataque al alpamayo y demás montículos de paí..??
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