
A nuestra espalda, el sol empezaba a despuntar sobre el collado de Pandetrave y a iluminar las cumbres de los Urrieles ofreciéndonos unas estampas tan bonitas como ésta.
Pero en la montaña no siempre es todo bonito, no señor. Definitivamente se nos metió la niebla. A pesar de ella, subimos hasta llegar al paredón en el que teníamos que buscar un paso denominado el Sedo del Gato, que era la ruta que traía Andrés impresa en unos folios.
Pero fue imposible. Sin visibilidad, sin mapa, sin conocer bien el terreno y, por supuesto, sin criterio ninguno, decidimos darnos la vuelta antes de seguir mojándonos más. Eso sí, no sin estar un par de horas deambulando y jugando al frontón con nuestra necedad que nos hacía golpearnos una y otra vez contra el muro que nos separaba de nuestra cumbre. Vaya metáfora, si la viera mi profesora de lengua, seguro que me quitaba ese cinco que... bueno, eso no viene al caso.
Con la amarga sensación de la derrota, esa vieja conocida, descendimos. Pero fue entonces cuando tomamos la segunda decisión acertada de la jornada (la primera había sido darnos la vuelta y no hacer más el capullo): entrar a cenar en el albergue La Ardilla Real, en Santa Marina de Valdeón. Habíamos pasado por allí la noche de nuestra llegada donde, a pesar de las horas que eran, nos sirvieron un colacao calentito. Para nuestra sorpresa y satisfacción celebraban unas jornadas gastronómicas de productos de la zona y nos metimos entre pecho y espalda unas patatas con jabalí y unas truchas de campeonato.Además, los amables chicos que regentaban el albergue nos explicaron por dónde había que subir a la Peña Bermeja y así, con el estómago lleno, unas cervezas en el torrente sanguíneo y ganas de volver a intentarlo nos fuimos a dormir a la furgoneta.
A la mañana siguiente, las cervezas y la pantagruélica cena nos jugaron una mala pasada y no nos despertamos lo que se dice muy pronto, otra de nuestras habituales cagadas, por cierto. Afortunadamente, las indicaciones recibidas la noche anterior nos llevaron directos hacia la brecha por la que teníamos que ir, conocida como el Vallejón de las Horcadas.
Igual que el día anterior, la vista a nuestra espalda era magnífica, con las nubes volando sobre las cumbres.
También tuvimos suerte porque encontramos unas huellas de esa misma mañana que seguimos en la dirección correcta temiendo que en cualquier momento las nubes nos cerraran a nosotros el paso...
...pero lo único que hicieron fue aumentar la belleza de nuestra ascensión mientras recorríamos las Lleras de Pambuches.
La última parte nos ofreció imágenes como ésta, que por lo menos sirve para decir que parece el Himalaya y, así, impresionar a las chicas.
La impresión fue increíble al llegar al Collado de Pambuches. Parecía que allí se acababa el mundo.
Lo que realmente se nos acababa era el tiempo. En diciembre y habiendo salido tarde, si continuábamos hacia la cima corríamos el riesgo de que se nos echara la noche encima, algo poco recomendable. Así que, fin de trayecto: Peña Bermeja 2-The South Face 0.
Volvimos a La Ardilla Real a llorar nuestras penas, a cenar como dios manda y a echarle un poco la culpa al "empedrao", como se suele decir y, a la mañana siguiente, emprendimos el regreso a casa. Como no nos levantamos muy tarde, nos paramos en una cuneta del puerto de Pandetrave para poder darnos un último paseo por los Picos. En principio, queríamos llegar al collado de Chavida, bajo la Torre del Friero, que se ve allí arriba.
De camino, la Peña Bermeja se presentaba limpia de nubes en toda su magnitud y no pudimos por menos que recordarle que, lo que es para nosotros, ya tenía una equis, o sea que regresaríamos a saldar cuentas. Por cierto, dejad ya de reíros de mi pinta con los pantalones a lo James Stewart.
La verdad es que el tiempo acompañó y la subida estuvo bastante bien...

























